Si quisiéramos contar cuantas patatas hay en un kilo de voltios, aunque parezca extraño, podríamos utilizar una serie diversa de procesos lógicos que, posteriormente, nos servirían para calcular cuánto nos hemos gastado en la compra sin incluir los chicles o las pilas que tiene a su vera la chica de la caja.
Tal proceso lógico consistiría en agregar una señal de 1 voltio por cada patata o 1 patata por cada voltio, sin que el orden de los factores altere en este caso el producto. La cantidad de señales de voltio agregadas debería ser equivalente a la cantidad de patatas y, una vez anotada debidamente, tendríamos ya una referencia bastante clara para aproximarnos al importe final de la lista de la compra. (Aunque, permítasenos insistir, en ese importe no estarían incluidos ni los chicles ni las pilas que nos dispondríamos a añadir justo antes de pasar por caja.)
Con este proceso tan sencillo hemos podido ver lo fácilmente que nos es dable construir una analogía en la realidad. Aunque algunos psicólogos conductistas de la escuela clásica sostengan que entre una patata y una señal de 1 voltio no hay comunidad de intereses, salvo el numero «1» que ambas comparten, los estructuralistas críticos acogen esta teoría con grandes reservas que reflejan formas distintas de percibir la realidad de las personas y los seres humanos que somos todos. Así, el estructuralista crítico examinaría la arquitectura exterior de una patata más que su contenido para de esta forma compararla con un voltio y descubrir por este procedimiento los hipotéticos vínculos y la relación continente-contenido en las diferentes épocas y culturas.
Con el tiempo, este proceso de análisis lógico se puede desarrollar para intentar descubrir analogías muchísimo más complejas, como por ejemplo, la analogía entre las patatas que se encuentran sembradas en un patatal de 200 hectáreas y los voltios que discurren por un circuito de Scalextric.
Quedaría al margen esa eterna discusión sobre si un tipo de patata es buena para freír en una cocina eléctrica de alto voltaje, mala para asar en el horno o de primera calidad para cocer en una olla. Dicen que en España todos sabemos muy poco de las patatas excepto los canarios, porque con eso de que estaban entre la Península y América, solían quedarse para su consumo con las procedentes del Nuevo Mundo sin dejarlas pasar hacia esta parte. Como detalle, señalar que la «papa antigua de Canarias» fue la primera en conseguir ser etiquetada con denominación de origen y que Colón cargó con unas cuantas hasta Barcelona en 1493, lugar en el que se las presentó a los Reyes Católicos. Después, todos juntos se hicieron un cuadro (la foto de la época) diciendo la que a partir de entonces se convertiría en palabra mágica para las poses de grupo, la palabra «patata».
Como en líneas anteriores ha quedado acreditado, a poco que el investigador relacione los diferentes términos, se observa como las conexiones entre el tubérculo, los voltios, los chicles, la Pinta, la Niña y la Santa María son mucho más evidentes de lo que a simple vista pudiera parecer.
Quedaría pendiente la resolución de un par de interrogantes que desde hace siglos han quitado el sueño a legiones de investigadores: por qué llegó antes la patata que el voltio a las Islas Canarias y por qué Cristóbal Colón, caso de haber traído a la vuelta de su primer viaje uno de estos ejemplares de voltio, no se lo presentó a los Reyes Católicos junto a las patatas… La cuestión queda abierta y deseamos que para su resolución no tarden en implementarse los medios necesarios por parte de organismos públicos o privados, nacionales o internacionales, que suelen ocuparse de estas materias.
Fernando FERNÁNDEZ PERDICES