La antropología ha venido observando que las comunidades originarias estaban casi por definición estructuradas por dualidades. Quiere esto decir que las interpretaciones de las diferentes realidades complejas e interrelacionadas son debidas al juego de dos unidades, la A y la B. Siguiendo estas interpretaciones, la A desarrolla con la B contrucciones sociales simétricas llamadas organizaciones dualistas: la A con la B, puede ser AB o BA siempre y cuando no se repita ninguna de las dos letras, caso en el que podríamos tener AAB, ABA, BAA, BBA, BAB… Y así sucesivamente repitiendo ambas, las primeras del abecedario.
Claro está que podríamos empezar por la Z y la Y, con lo que nos encontraríamos con los mismos supuestos de fondo pero con difrente denominación por tratarse de la agrupación de otras letras.
Todo esto que parece tan sencillo a primera vista, deja de serlo de inmediato si profundizamos siquiera un poco en dos comunidades originarias que hicieron de las entidades Wekufü elementos individuales. Se trata de los jíbaros y los mapuches.
A y B no son determinantes para organizar libremente la sociedad, por el contrario, dependen de una relación fundamental ambivalente: es toda una larga serie de equilibrios contradictorios la que les fija su lugar en el espacio y en el tiempo. Quisiéramos llegados a este punto señalar que tanto A como B se disponen en sentido rusoniano como pilares básicos de un equilibrio entre dos dinamismos: las fuerzas de unión y las fuerzas de exclusión, y que la conciencia de ser tiene su principio en el vector resultante de estas fuerzas antagónicas en constante pugna.
Entrando en este enrevesado terreno, quisiéramos señalar que los antropólogos no se aventuran demasiado, quizá por el temor que somete a quienes no dejan de ser tributarios de la lógica científica del siglo XIX y de su sistemática investigadora, toda ella heredera de la lógica aristotélica del «Tercero excluido» según la cual se trataría en suprime el hecho «contradictorio» estando fuera de toda posibilidad de existir la C cuando sólo existen la A y la B pese a que diga el refrán que no hay dos sin tres. Debido a esta lógica perversa tan limitadora, el ser ha de verse reducido a un principio no-contradictorio, la A, la B, la AB, la BA, pero nunca a la C, la D o todas las letras que vienen después. Nosotros, por el contrario, pensamos que el ser fue indiviso en tiempos primordiales si era pequeño y susceptible de ser compartido en seres a su vez indivisos cuando era de tamaño algo más grande. Y que este compartir era sin discusión asumido por cuantos participaban del sinfín de relaciones contradictorias que surgían en aquellos tempranos orígenes.
Supongamos ahora que descendemos al terreno de lo concreto y que denominamos a A como ser vidente jíbaro y a B como mapuche no vidente. Si emplazamos a ambos ante una potente lámpara de rayos ultravioleta (no es posible hacer este experimento con infrarrojos porque los efectos colaterales serían irrersibles de inmediato) y la citada exposición fuera acompañada por un tiempo prolongado sin tomar alimentos o bebidas, veríamos que los cuerpos del vidente y del no vidente comenzarían a presentar quemaduras que podrían derivar en severas si se mantiene a los individuos ante la lámpara.
Pero el elemento determinante y diferenciador no se podría apreciar todavía salvo en la irritación ocular progresiva acompañada de agudos dolores que sufriría el no vidente mapuche. Por el contrario, el vidente jíbaro no habría comenzado ni siquiera a darse cuenta del efecto de los rayos ultravioletas.
Por el contrario, si se tratara de un vidente mapuche, las quemaduras continuarían produciéndose de igual modo mientras que el no vidente jíbaro continuaría sin percartarse de los efectos que estamos señalando y comenzaría a preguntarse quién había colocado allí la lámpara, con qué fin lo había hecho o, siendo más prosaico, interrogándose por qué motivo permaneció frente a la lámpara pudiendo haberse quedado en el Amazonas mientras reducía artesanalmente cabezas de prójimos.
La respuesta estaría en la acción de la energía Wekufü y en las entidades Wekufü individualizadas que habrían actuado sobre la materia viviente y se habrían condensado como elementos endoparasitarios.
Esta intrusión de elementos endoparasitarios incide donde menos se espera produciendo perturbaciones y desarreglos tanto fisiológicos como psíquicos así como gravísimas alteraciones en las rutas de conexión de cada uno de los bioritmos.
Y aquí está la clave de la cuestión porque hemos llegado al punto en el que creemos estar en condiciones de resolver la comparativa planteada en el título de este artículo. Las entidades Wekufü no son tales, sino que se trataría de los endoparásitos conocidos en el mundo científico como Kalüleluuk’len, uno de los peores, más malignos y generalizados procesos de aportación de energía negativa que se conocen.
Pedro Fernando FERNÁNDEZ PERDICES